Efectos colaterales: Átomos para la guerra y la paz
Preámbulo
Poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, una investigación científica fue publicada para explicar el proceso teórico de la fisión nuclear y la manera en que la división controlada de un núcleo atómico emite una enorme cantidad de energía.
La comunidad científica de todo el mundo, a lo largo de la siguiente década, perfeccionaría el proceso de captación de dicha energía para desarrollar dos de los inventos más relevantes de la era moderna: las armas nucleares y las centrales nucleares.
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La bomba y su impacto
El primero de noviembre de 1952, Estados Unidos detonó la primera arma termonuclear del mundo, conocida comúnmente como una bomba de hidrógeno. Mil veces más poderosa que la bomba atómica que fue lanzada sobre Hiroshima al final de la Segunda Guerra Mundial, su fabricación fue rechazada por figuras de renombre como el físico teórico estadounidense Robert Oppenheimer, famoso por liderar el laboratorio del Proyecto Manhattan en Los Álamos que ayudó a crear la primera bomba atómica. Su temor era que la Unión Soviética no tardaría en desarrollar su propia bomba de hidrógeno (como en realidad sucedería casi un año después), intensificando así la carrera armamentista de forma potencialmente catastrófica.
Unos meses más tarde, cuando Dwight D. Eisenhower asumió la presidencia de los Estados Unidos, en enero de 1953, se le notificaría que el ensayo nuclear se había llevado a cabo apenas una semana después de las elecciones. Como comandante supremo de las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial, estaba íntimamente familiarizado con los horrores del conflicto militar y convencido de que debía resolver lo que él llamaría «el aterrador dilema atómico».
Como antídoto a lo que describiría como «átomos para la guerra», Eisenhower impulsó la idea «Átomos para la paz», que también fue el título de su discurso ante las Naciones Unidas un 8 de diciembre de 1953. Fue allí donde abogó por lo que luego se convertiría en el Organismo Internacional de Energía Atómica que, bajo los auspicios de las Naciones Unidas, limitaría (y aún lo hace) la disponibilidad de armas nucleares para transformar la amenaza de una guerra nuclear a proporcionar energía económica fiable para toda la humanidad. La propuesta era simple pero radical: los países se comprometían a no desarrollar su armamento atómico a cambio de recibir tecnología dedicada a la producción de energía nuclear, una fuente de energía limpia y relativamente autosuficiente que permitiría a todos los países modernizarse rápidamente y brindar electricidad a toda su población. Esta propuesta también abrió las puertas a la privatización de la producción de energía nuclear al instar a las empresas a comercializarla.